Los creyentes se pasan la vida convencidos de que un Ente es el dueño y señor de nuestro devenir. Pero hasta los más beatos, antes que a Dios, se encomiendan a la suerte. ¿Qué no? Haz la prueba.
La gente se la pasa lamentando, envidiando y deseando suerte.
¿Pero qué es la suerte? Que te toque la lotería es buena suerte. Que llueva cuando te alisas el pelo es mala suerte. Que te salga bien un examen es buena suerte. Que ligues una noche es buena suerte. Y mala suerte que enfermes en el momento más importante de tu vida. Mala suerte es que te venga la regla hoy. O que no te venga.
La suerte es una patraña. No existe. Y si existe, es como Dios, está sobrevalorada. Creo que la hemos creado nosotros para, como siempre, culpar a otro de nuestras desgracias y gracias.
Me dan un poco de lástima las personas que, con la excusa de la mala suerte, se dejan, se dan por vencidos. O aquellos que no valoran lo que han conseguido, rebajándolos a un mero golpe de suerte.
¿En serio te agrada la idea de que tu vida depende del puro azar? A mí no, desde luego.
Por eso prefiero hablar de serendipia y no de suerte.
Serendipia o serendipidad es la capacidad de transformar los descubrimientos accidentales, los "golpes de suerte", en oportunidades.
Todos tenemos la misma suerte, salvo la de nacer en un determinado lugar. Pero eso no es suerte, es genética e historia. Cómo decía, todas las personas tenemos el mismo número de golpes de suerte y de golpes de mala suerte en nuestra vida. Una especie de talón con cupones, que se van gastando, se van dando.
La diferencia está en la serendipia, en lo que cada uno decide hacer con su suerte. El tren pasa para todos, cada quién decide si cogerlo o no.
Esa es la clave, hacer de tu suerte, una oportunidad. De tu accidente, una elección. Y de tus desdichas, serendipia pura y dura.
Y ya está, así de fácil doblegamos el azar. ¿No te quedas más tranquilo sabiendo que hasta tu suerte depende de ti?
Yo, mucho.